Desde hace semanas me están llegando decenas de correos electrónicos invitándome a firmar una petición para impedir que Guillermo Vargas, alias Habacuc (como el profeta), participe en la Bienal Centroamericana Honduras 2008.
Resulta ser que en agosto, este artista costarricense participó en la Exposición No.1 en la Galería Códice en Managua (http://www.galeriacodice.com ), donde expuso a un famélico perro callejero.
Lo llamó Natividad, como un joven migrante nicaragüense fallecido hace dos años en Costa Rica al ser atacado por dos perros cuando se introdujo sin permiso a un taller mecánico.
El caso ocasionó horror y también polémica, entre otras cosas, porque la familia adujo que no lo salvaron por un asunto de xenofobia.
La pieza de entrada me interesó por irónica. Ante la tragedia (la de Natividad y su familia, la de la pobreza, la de perros entrenados para atacar y satanizados por hacerlo, la del dueño del taller al que habían asaltado varias veces y la de una sociedad apática) no queda más que llorar o reír amargamente.
El escándalo estalló cuando corrió el rumor de que el artista había dejado morir al perro de hambre y éste no lo desmintió: hoy, en www.petitiononline.com , se han reunido casi 200 mil firmas apoyando la petición y un sinnúmero de sitios critican a Vargas e incluso le desean la muerte.
De la ironía se pasó a la necrofilia: la del artista y la de sus detractores.
Me indignó el destino del perro, aunque siendo carnívora sea incongruente. Dudo que a un animal le importe menos que lo maten para comérselo, que en nombre de la ciencia o del arte.
No firmé porque se le puede exigir a una institución que impida la crueldad a un animal, pero no que censure a un artista por una obra realizada en otro lugar, tres años antes.
Hace unos días, Juanita Bermúdez, la directora de la galería, aclaró en un comunicado que al perro lo alimentaron y lo trataron bien, pero se escapó. Vargas sigue callado, fomentando la ambigüedad.
Hay dos tipos de artistas que utilizan esta clase de estrategias extremas: los que buscan la fama a partir del escándalo y los que pretenden hacer una obra política.
Si Vargas está en el primer caso, logró su objetivo. Su próximo paso será hacerse la víctima y decir que lo están censurando.
Si pretendía hacer una obra política, le falló: en vez de fomentar la discusión, sumió al público en el sentimentalismo, desarticulando cualquier acción madura e incitando respuestas viscerales. Lo manipuló.
A muchas obras de arte actual les pasa lo mismo cuando critican las interacciones sociales viciadas, basándose en los patrones que nos condujeron a ellas originalmente: quieren acabar con la violencia social restregándonosla violentamente en la cara. Es como los padres que les pegan a sus hijos para que no sean agresivos.
No toda la responsabilidad es del artista. Sólo nos pueden manipular si nos dejamos.
Además, vivimos tan sometidos al espectáculo de la violencia que aceptamos un rumor sin cuestionarlo y nuestra primera respuesta es la censura.
Pero hay algo que me preocupa más. Estamos tan anestesiados, que ignoramos las obras de arte que plantean los mismos problemas éticos y políticos sin caer en estrategias que refuerzan las estructuras autoritarias.
El año pasado, por ejemplo, en la 12 Muestra Internacional de Performance en Ex-Teresa, René Hayashi y Eder Castillo rescataron a un perro callejero que merodeaba por el museo. Lo cuidaron y lo “reintegraron” a la sociedad —entrenándolo como guía de museo—. Después, el pero Ishiro consiguió un buen hogar.
Quizá, en vez de censurar a Vargas, deberíamos apoyar más a las obras biofílicas como la de Hayashi y Castillo que cuestionan, proponen y actúan.
www.pintomiraya.com.mx
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